Bienvenido un día más a nuestro blog de Napoleón Armengol, hoy les hemos traído un tema bastante complejo, es decir cuales serían los peligros de unas ciudades inteligentes y poco humanas.
Después de unos años en los que el panorama autoritario ha sido la tecnología, han ido venciendo protagonismo aquellos surgimientos que ponen el foco en el ciudadano como epicentro. Tratamos del paso de un ciudadano-consumidor, que se restringía a utilizar la tecnología y transformarse en emisor de dados, a un ciudadano inteligente que hace un uso activo de todos los instrumentos que tiene a su alcance. Y que protagoniza su condición de ciudadanía con una tecnología que le deja reapropiarse de la ciudad, de sus servicios entre otros.
Las ciudades inteligentes podrían exponer unos peligros notables para el futuro de la democracia. Sensores que aceptan un control exagerado sobre la ciudadanía, políticos que aprueban decisiones amparándose en lo que dicen los datos y por este motivo rehúyen de su responsabilidad, o firmas tecnológicas considerables diseñando las mejores respuestas para las ciudades al margen de sus habitantes, por ejemplo.
LA IDEA DE CIUDAD INTELIGENTE HABÍA SIDO DESAROLLADA CASI ÍNTEGRAMENTE POR EMPRESAS PRIVADAS
También apuntamos que la idea de ciudades inteligentes había sido desenrollada e imaginada casi incorporalmente por empresas privadas. Esto no sólo indica los intereses económicos que se desplazan detrás de estas innovaciones tecnológicas, sino que también los desconectadas que alcanzan estar de los retos a los que realmente se enfrentan actualmente las ciudades.
El producto de estos pensamientos cuestiona el concepto único tecnológico de las ciudades inteligentes y sus retornos en términos de eficacia económica (al mejorar el trámite de la ciudad) y, también, en términos de gobernanza ciudadana. Es verdad que la coyuntura de crisis económica no colaboró, pero el motivo principal es que la idea despierta dudas en una parte significativa de la ciudadanía.
La respuesta a las cuantiosas demandas ciudadanas se puede conseguir a partir de la tecnología, pero no pueden ser sólo tecnológicas. Es más, cada vez hay más cuestiones respecto a que la idea de ciudades inteligentes deba estar solamente vinculado a las innovaciones en este plano.
Nos encontramos ante un cambio de planteamiento que intenta aprovechar las virtudes de la tecnología para solucionar problemas sociales. No ven la ciudad como un sistema que debe ser automatizado y observado, sino como un ecosistema diverso e descontrolado del que debemos estar aprendiendo siempre, y al que es importante adaptarse. Ciudades que se desarrollan, evolucionan, y que, hasta un punto, son vitales. Ciudades humanan que requieren tecnología adecuada a sus necesidades.
Parece claro que, sin la complicidad de la ciudadanía, la evolución de las ciudades inteligentes es más que improbable. Como decía el propio Hill, “las ciudades inteligentes” serán aprobadas en la medida que sigan un enfoque de abajo a arriba, guiado por los ciudadanos. Por ello, es importante facilitar y promover el acceso a instrumentos que permitan el codiseño de las ciudades, no sólo ceder a los habitantes un rol pasivo como usuarios de las tecnologías, sino usar su condición de ciudadanos inteligentes en un proceso compartido.